En horas de la mañana del 1 de Enero de este año caminé un rato junto a mi esposo e hijo por el que hasta hoy es mi lugar favorito de Texas: El Riverwalk de San Antonio. En un momento me senté en un banco a orillas del famoso río, mientras ellos dos continuaron caminando. Me senté para cerrar mi ojos y orar por el 2020 que recién estábamos estrenando. Esa ha sido por años mi costumbre de cada primero de enero, lo que esta vez me agarró fuera de casa. De regreso a Lubbock, fui haciendo planes sobre una agenda. Una agenda que pocos meses después se llenó de tachones, fechas pospuestas y espacios que quedaron en blanco, porque no todo salió como lo imaginé y ya todos saben por qué... por la pandemia.
Han pasado casi doce meses desde aquel día y hoy llega la hora de mirar atrás para revisar un año lleno de imprevistos. Un año diferente, en el que no todo lo que quise lo pude lograr. La llegada del odiado virus chino impidió algunos de mis planes. Todo parecía indicar que nuestra iglesia despegaría en su crecimiento en el 2020, al igual que mi pequeño negocio de video y fotografía. Creímos que finalmente al obtener la ciudadania y el pasaporte americano, saldríamos por primera vez a visitar amigos fuera de Estados Unidos. Y contábamos con que la esposa de mi hijo llegaría de Cuba para comenzar su vida junto a él como Dios manda. Sin embargo para el tercer mes del año la iglesia se encontró sobreviviendo de manera virtual y todos sus eventos fueron suspendidos. La mayoría de los contratos de Celebra Productions fueron pospuestos para 2021, y aunque afortunadamente logramos la ciudadania y por ende el pasaporte, no pudimos salir del país. También se retrasaron los trámites migratorios y mi hijo todavía no ha podido reencontrarse con su esposa.
¿Y qué se hace cuando las cosas no salen como las planificamos? No se ustedes, pero yo tengo un enorme problema con esto y no siempre lo manejo bien. Pero este año tuve que aprender y reconocer que se necesita humildad para aceptar las cosas como vienen, tal y como son. Porque en nuestra imperfecta humanidad parecemos competir con alguien que no existe para demostrarle que a nosotros todo nos está saliendo bien. Y no es así. No somos Dios, no tenemos control de todo lo que nos rodea, y no siempre será posible alcanzar los planes "exquisitamente" diseñados por nosotros mismos. Mucho menos cuando el mundo ha estado patas para arriba y hemos sido testigos de enfermedades, manipulaciones e injusticias a lo largo de este año.
De todas las cosas que nos sucedieron en el 2020, la boda de mi hija fue de mis mayores escuelas. Habíamos rentado un venue sencillo y bonito para la ceremonia pero el virus nos tocó de cerca y tuvimos que cancelar el lugar que para mi gusto era excelente para estar en familia y lograr además buenas fotos. Un par de días antes de la boda y con cuatro personas de la familia positivas al Covid-19 tuvimos que reinventarlo todo y la única opción que nos quedó fue nuestro patio.
-¡Si hubiera sido en mayo cuando todo estaba verde o a principios del otoño con su espectáculo de naranjas, rojos y amarillos! - pensé frustrada. Pero no era mayo ni octubre. Era la fecha de finales de noviembre que mi hija había elegido siguiendo la tradición de sus padres y de sus abuelos, un gesto hermoso que habla por si solo.
No se como pero después que me sequé las lágrimas y solo en 48 horas, Dios me dio unas pocas ideas para "salvar" el patio y hoy mirando las fotos y el video de la boda, me doy cuenta que fueron más que suficientes. A partir de ese día he aprendido a encontrar belleza aún en las ramas desnudas de nuestros árboles y en la grama seca del patio en invierno. Mis amigas y personas que nos quieren, desde lejos me aseguraron que lo más bello de la boda sería el nuevo matrimonio y tenían razón. También me comentaron que probablemente las fotos no hubieran quedado tan originales de haber sido tomadas en el lugar cancelado. Al final Dios puso lo que yo no podía poner: el sol para atenuar el frío. Y calmó considerablemente el insoportable viento que el día anterior nos impidió decorar.
Así mismo hizo Él en mi último cumpleaños en South Padre Island cuando nos regaló un atardecer de película, mientras paseábamos en un catamarán. Si hubiera sido el día anterior (nublado) no hubiera sido tan bello, y un par de días después imposible, por la llegada de un huracán que tocó tierra por aquella zona. Es así, a veces las cosas no nos salen como queremos y Dios sabrá por qué. Pero en otras ocasiones Él se empeña en regalarnos eso que no podemos pagar ni con todo el dinero del mundo, como un sol en pleno invierno o un atardecer de verano impresionante. Y lo hace para demostrarnos cuan poco necesitamos y cuanto más nos urge depender de El.
Este año aprendi otras cosas que podría compartir pero no quiero ser extensa, solo se que todas las enseñanzas han sido tesoros de Dios para la vida. Hoy veo mi álbum de fotos de 2020 y me doy cuenta que los eventos más importantes, casi todos fueron en mi propia casa. Los espacios en blancos y los eventos pospuestos en mi agenda se llenaron con mas tiempo para mi familia y eso vale mucho. Es cierto que se quedaron cosas sin lograr y encuentros que no fueron posibles. Le sumo a todo lo negativo, mi tristeza por situaciones ante las cuales quise hacer algo más que orar y no pude, como las enfermedades de dos amigas y de una hermana querida de la iglesia. También mi frustración de los últimos meses por el proceso electoral de Estados Unidos, marcado por un fraude de tal magnitud que aun no alcanzo a entender como ha sido posible. Además de mi rechazo por las manipulaciones y censuras descaradas de la Media hasta el punto de sentir el deseo de salirme de todas las redes, aunque al final no lo hice. Y luego estuvo esa sensación de avance lento con nuestra iglesia y con mi negocio. Una sensación que frustra y duele bien adentro de vez en vez. Pero es ahi donde seguiré necesitando depender de Dios. Es ahi donde tendrá que crecer mi humildad para aceptar que no es mi voluntad sino la Suya, que no siempre es lo que yo quiero sino lo que permite El.
Aun quedan unos días para terminar el 2020 que tuvo más sombras que luces para toda la humanidad, y a pesar de que dejo fuera de este post una serie de cosas buenas que también sucedieron, ya estoy lista para despedirlo. A este mal llamado en sus inicios "el año de la visión perfecta", ya le toca el turno de partir y ojalá se lleve con él todo lo malo que trajo, sobre todo sus incertidumbres. Pero aún así, como quiera que haya sido, nunca podré negar la presencia y la ayuda de Dios a lo largo de sus meses. Así que el próximo primero de enero volveré a mirar al cielo agradecida, sabiendo que la esperanza de un mañana mejor es más fuerte que los problemas, y que la fe es mucho más valiosa que esas cosas que quisimos y no logramos alcanzar. Llenaré con ese tipo de certezas los espacios de mi próxima agenda.
Amigos les deseo a todos una feliz navidad y un 2021 que nos permita recuperar nuestros planes perdidos o trazarnos otros nuevos sin perder la fe. Que podamos repetir 365 veces las palabras del salmista: "¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué me voy a angustiar? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré" (Salmo 42:11)
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