Ansiosa por el tiempo que no alcanza, las ideas que vuelan por mi cabeza y lo mucho que quiero hacer para aterrizarlas a la realidad, me di cuenta que me urgía hacer un alto. O mejor dicho, fue mi esposo quien me hizo reaccionar y entender que tenia que hacer un alto. Fue entonces que comprendí que por querer adelantar en la mente los planes que son para después, voy dejando de vivir con intensidad el presente que me toca.
Respiré y comprendí. Comprendí que dentro de una semana tendré mi examen de ciudadania estadounidense y que debo disfrutar el proceso. Entonces esta mente dejó en un rincón todo lo del marketing digital para mi small business que me tiene enredada en estos días. Dejé también a un lado esa locura de querer que llegue de una vez Julio para que Canon saque esa EOS R5 que acaba de anunciar. Incluso puse pausa a mis emociones por la visita de grandes amigos que tendré en unos pocos días y al congreso de mujeres que estoy organizando. Mi mente dejó todo eso y más, para recordarme a mí misma cuando tenia unos 25 años y me veía en aquel entonces soñando con querer vivir en los Estados Unidos.
Ese sueño duró poco tiempo porque nuestras vidas encontraron propósito en una ciudad al centro y norte de Cuba llamada Morón, donde servimos apasionadamente a Dios por unos 15 años en una Iglesia Metodista y donde nuestros hijos crecieron. Les aseguro que durante 13 de esos 15 años, la idea de vivir en los Estados Unidos estuvo apagada y solo parecía remota en medio de los frustrantes apagones, las dificultades extremas con el transporte, o en los disgustos provocados por los del gobierno y el partido oponiéndose siempre a nuestro trabajo en aquel lugar. Aun así estábamos convencidos de que lo que hacíamos tenia sentido y no debíamos dejarlo a medias. Pero todo en esta vida puede cambiar, y a veces se escucha clara la voz de Dios cuando llega y te dice: el fin de una etapa se acerca. Y así sucedió. Nuestro tiempo en Morón terminó, y Dios nos lo hizo entender dos años antes del día en que dijimos adiós. También El, que todo lo hace perfecto, nos buscó un lugar para recomenzar nuestro ministerio y ese lugar estaba en el país en el que muchos años atrás había querido vivir.
Cuba nos entrena para ocultar a los demás nuestros planes... "porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas", como dirían Martí y aquella serie famosa de la TV cubana. ¡Pero cuantas locuras se viven en ese proceso de no querer que la gente se entere! Entonces, de repente, de la nada llega ese día en el que ya tienes el contrato de trabajo aprobado, la baja del servicio militar de tu hijo, la cita para la entrevista en la embajada y cuantos papeles exige el burocratismo cubano, y todo de pronto te indica que ya por fin es la hora de decirle a los demás que te irás. Es aquí donde hago un alto para hablarles del dia en que Miguelito, mi profesor de Inglés, lloró.
Habia comenzado las clases con él como un año antes, cuando nadie, ni tan siquiera él podía saber la verdadera razón por la que estaba estudiando inglés. Pero ese día, me tocó decirle al profe Miguelito, que me iba del país. Miguelito no dijo una palabra. No pudo hablar. De repente un sollozo salió de su garganta y comenzó a llorar. Se me partió el corazón. Ese hombre como de unos 60 años y que hablaba un inglés precioso, estaba llorando de frustración. Lloraba porque su sueño de toda la vida había sido vivir en Estados Unidos y no había podido lograrlo. Me contó una vez que siendo niño, poco tiempo después de que la Revolución triunfara, él y su familia tuvieron la visa en sus manos para irse de Cuba, pero por algo que sucedió, los planes no llegaron a concretarse. Miguelito creció soñando con este país. Recuerdo que en las clases hablaba de los Estados y ciudades de Estados Unidos como si las hubiera conocido, y se le hacia la boca agua imaginándose las comidas y las tiendas. De las dos horas que duraban las clases, yo creo que una era para hablar de EU mientras intentaba enseñar y la otra era para contarnos sus luchas diarias para resolver los alimentos y las cosas que necesitaba su mamá enferma, muy viejita y encamada, a quien le tocaba cuidar.
Me di cuenta que fui muy brusca al darle la noticia:
-Profe, vengo a decirle que ya no volveré más, mi esposo, mis hijos y yo nos estamos yendo para los Estados Unidos.
Los minutos que duró su silencio, la expresión de su rostro y su llanto controlado me parecieron eternos. Hasta la bulla de los vendedores ambulantes habituales que pasaban por la esquina de Serafín Sánchez y Castillo donde vivía (o vive aun) de pronto pareció desaparecer. Yo quería que la tierra me tragara. No imaginé que lo que había dicho pudiera provocar tal reacción.
-Perdón - dijo el profesor- Es que son muchos los años viendo a la gente partir hacia donde yo siempre he querido, y saber que yo nunca pude lograrlo, duele.
Y de verdad que duele, duele mucho vivir en un país como aquel, que por más que quieras ver un cambio, ese cambio no llega. Por eso hoy paré mi ansiedad y mis pensamientos para agradecer a Dios. Agradecer porque aunque han sido cinco años intentando reinventar mi vida en una país muy diferente, soy una de las que pudo hacer realidad su sueño de llegar a una tierra de libertad, sabiendo que hay tantos allá en mi isla natal que se quedaron sin cumplir el suyo. He estado estudiando para mi examen solo porque debo salir bien para obtener la ciudadania. Pero se que en estos días que me quedan debo disfrutar más el proceso, porque ésta es una bendición que me otorgan Dios y una nación que a lo mejor no será perfecta pero nos ha abierto sus puertas y nos permite construir un futuro mejor para nuestros hijos. Es muy fácil olvidar con el paso del tiempo y las luchas diarias, de dónde Dios nos sacó. Por eso hoy no solo agradezco, también hago un alto, incluso hasta para recordar al profesor Miguelito.
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