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27 May
27May

Era un martes por la noche, habíamos terminado un servicio de oración en la Iglesia Metodista de Morón. Algunos como de costumbre se quedaron un tiempo más a la entrada del templo. A la gente le encantaba conversar a esa hora. Nadie parecía tener apuro en llegar a su casa. No recuerdo con quien estaba hablando en la puerta del edificio cuando se me acercó un personaje e interrumpió mi conversación. Aclaro que cuando digo “personaje” lo hago con cariño. Es que no encuentro otra manera de llamar a alguien tan peculiar en su manera de ser y tan equivocado en muchos de sus criterios pero a la vez tan convencido de ellos, que había que aceptarlo y hasta quererlo de esa manera. Un hombre de buen corazón que cometía ciertas torpezas. Alguien que hablaba cosas muy serias que a los demás nos daba risa. En fin… un personaje.

Dijo mi esposo en una ocasión que él tenía un agudo sentido de presentimiento que en ocasiones confundía con revelaciones de Dios. Y esa noche yo fui la motivación de una de sus revelaciones:

-Quiero decirle que El Señor me ha mostrado que Él la ha llamado para otras cosas más espirituales y que están más a la altura de una pastora...

 Así comenzó a hablar de manera tajante el Chino, que era como le llamaban todos en la ciudad.

-Usted no debería dedicar su tiempo a escribir obras de teatro, ni a estar ensayando por las noches esas coreografías. El Señor quiere que usted imponga las manos sobre la gente y que profetice en Su nombre. El Señor quiere que…

Perdón, pero ahí mismo me desconecté buscando qué responder a una persona que me doblaba la edad y sin ser irrespetuosa. Perdí la cuenta de la cantidad de cosas que “El señor quería para mi y que yo no estaba cumpliendo”. Hasta que lo miré fijamente y le dije con una sonrisa forzada: 

Mira Chino, gracias, pero vamos a esperar a que El Señor me diga a mi lo mismo que tú dices que te ha dicho.

La verdad es que yo sabía que ese día probablemente no iba a llegar. Siempre he creído que la multiforme gracia de Dios incluye a cada tipo de persona con sus propios talentos. Como mismo Él usa la poderosa oración de alguien para sanar un enfermo, puede usar a otros para crear un medicamento que también ayudaría a sanar. Podemos escribir libros inspirados por ÉL y llegar al corazón de muchos aún sin conocerlos. Podemos simplemente escuchar a alguien que necesita ser escuchado y hacer que Dios se complazca con esa simple acción. Lo que si no aplaudo es que por el criterio de alguien, nos forcemos a ser lo que no somos, y a dar lo que no tenemos. No es saludable dejarnos meter en el supuesto molde donde algunos creen que deberíamos estar. Creo que sería pasar por alto el propósito para el que hemos sido creados. Sería desaprovechar el beneficio de la personalidad única que Dios nos ha regalado.

Esa noche, me dio pena con el Chino que se marchó serio y supongo que algo triste por mi respuesta. 

Con los años el Chino nunca me vio profetizar, en cambio si actuó en algunas de la obras de teatro que yo escribía y dirigía, y se quedaba hasta la hora que fuera en los ensayos. Y al igual que los demás, me apoyaba en lo que hiciera falta con cualquiera de nuestros terribles inventos para lograr una escenografía. El Chino se acostumbró a verme siempre con una cámara en la mano y no le molestaba si tenía que participar hablando en alguno de nuestros noticieros. Quizás hubiera querido que la esposa de su pastor fuera de otra manera, como otras que él había conocido, pero se tuvo que acostumbrar a aceptarme como yo era.

Ser esposa de un pastor, a veces no resulta fácil cuando alguien te quiere encasillar y darte la forma que no tienes. Mucho peor es cuando malintencionadamente alguien usa tus propias palabras en tu contra.  Pero ese no fue el Chino. Fue alguien que una vez me escuchó decir que aunque no me molestaba que me dijeran pastora, en realidad mi esposo era el pastor. Alguien que se dio a la tarea de distorsionar mis palabras y pasearlas por otros lugares de la isla. Pero se le olvidó contar que esta esposa de pastor que le daba igual si la llamaban por su nombre o le decían pastora, había dejado mucho atrás por acompañar a su esposo en el ministerio.

En Cuba, como en muchos países latinos, a la esposa de un pastor le llaman pastora, pero no necesariamente porque haya estudiado una carrera de teología, como lo hacen las que si ocupan un cargo pastoral. No lo veo mal, porque se que muchos lo hacen por respeto y porque reconocen en la figura de la esposa del pastor a alguien que en ciertos momentos hace lo que sea necesario por la iglesia. Pero es lamentable que otros crean que la "pastora María" debe decir las mismas palabras o vestirse de la misma manera que la "pastora Teresa". Lamentable es también el hacer creer que “pastora” es un título obligado y símbolo de autoridad. En mi forma de ver las cosas, la autoridad no se gana de esa manera. Tampoco mi intensión ha sido ejercer autoridad sobre alguien jamás, sino llegar a cumplir los planes que Dios ha trazado conmigo y de alguna manera bendecir a los que me rodean. Y si en el camino me gano el respeto de los demás lo aprecio sin importar el calificativo que acompañe mi nombre para ellos.

Por fortuna logré irme por encima de cualquier comentario y hasta perdonar a quien me mal interpretó. Y claro que sigo con mi cámara hasta el día de hoy. Hago videos que hacen felices a otros y que no excluyen la honra al que me dio las habilidades que tengo. Lo hago y lo disfruto porque se que aun en las cosas cotidianas que filmo o escribo puedo encontrar Su presencia. 

Han pasado muchos años de la historia en la puerta de la iglesia de Morón y de la "revelación" del Chino, quien hoy ya no se encuentra entre nosotros. Sigo 100% comprometida con el ministerio de mi esposo y siento aún mucho respeto por aquellos que me dicen "pastora". Todavía creo que es un titulo que no merezco pero lo acepto cuando reconozco el cariño que hay detrás de sus palabras. Sin embargo, sigo queriendo de igual manera a los que me llaman por mi nombre. 

Josiño, mi amigo español, logró unir en una sola expresión dos criterios interesantes cuando en uno de sus viajes a Cuba me llamó: “la pastora filmadora”. Eso fue una tarde calurosa en plena terminal de ómnibus de Ciego de Avila, cuando con mi cámara en la mano logré documentar su encuentro con el amor de su vida.

"La pastora filmadora", nadie me dice así, solo Josiño. Pero su gracioso y original apodo resonando en mi oídos con acento Ibérico; siempre me recordará lo hermoso que es respetar a las personas por lo que ellos son y no por lo que tú quieres que ellos sean.




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